Donde ocurren asesinatos no es un Bet Hamikdash

Donde ocurren asesinatos no es un Bet Hamikdash

La Torá en Parashat Masey discute los arei miklat – las ciudades de refugio que servían para proteger a los asesinos accidentales, personas que provocaron la muerte de otro sin ninguna intención, de los familiares vengativos de la víctima – y luego discute la gravedad del asesinato en general. Y así leemos en el capítulo 35:22 de Bemidbar: “‘Pero si lo empuja de repente sin hostilidad, o tira sobre él cualquier instrumento sin intención, o si sin verlo hace caer sobre él alguna piedra que pueda causarle la muerte, y él muere, no siendo él su enemigo ni procurando su mal, entonces la congregación juzgará entre el homicida y el vengador de la sangre, conforme a estos decretos. La congregación librará al homicida de mano del vengador de la sangre, y lo hará regresar a su ciudad de refugio a la cual había huido, y él habitará en ella hasta la muerte del sumo sacerdote que fue ungido con el aceite santo”. Como recordamos, la norma aparece detallada en Devarim 19: “…Arreglarás el camino y dividirás en tres distritos el territorio de tu tierra que .A. tu Dios te da en heredad, para que huya allí todo homicida. Este es el caso del homicida que puede huir allí para salvar su vida: el que mata a su prójimo por accidente, sin haberle tenido aversión previamente; como el que va con su prójimo al bosque a cortar leña, y alzando su mano con el hacha para cortar un tronco, se le suelta el hierro del palo y alcanza a su compañero, de modo que este muere. Aquel podrá huir a una de aquellas ciudades y vivir. No sea que cuando su corazón arda en ira, el vengador de la sangre persiga al homicida, lo alcance por ser largo el camino y lo hiera de muerte, a pesar de que aquel no merecía ser condenado a muerte, porque no le había tenido aversión previamente”…

En la conclusión de nuestra parashá (35:33), la Torá advierte: “‘No profanarán la tierra donde están, porque la sangre humana profana la tierra. No se puede hacer expiación por la tierra, debido a la sangre que fue derramada en ella, sino por medio de la sangre del que la derramó. No contaminarán, pues, la tierra donde habitan y en medio de la cual yo habito; porque yo, el SEÑOR, habito en medio de los hijos de Israel’ ”.

El Sifrei, comentando este versículo, dice que “derramar sangre despoja a la tierra de la inmanencia divina y le quita la Shejiná; Y es por causa de los asesinatos que el Bet Hamikdash fue destruido.

            El Sifrei procede entonces a contar una historia (que también aparece en la Guemará, Yoma 23a) de dos cohanim que corrían por la rampa hacia el altar, ambos dispuestos para el privilegio de realizar la Avodá –el servicio divino-. Mientras corrían, uno de ellos tomó un cuchillo y apuñaló al otro provocándole la muerte. Y así lo relata la guemará en traducción libre: “Los Sabios enseñaron en Tosefta: Un incidente ocurrió donde había dos sacerdotes que eran iguales mientras corrían y ascendían por la rampa. Uno de ellos se adelantó cuatro codos a su colega, quien entonces, por rabia, tomó un cuchillo y lo apuñaló en el corazón”. A primera vista, el Sifrei cuenta esta historia en este contexto para sustentar su afirmación de que ” el Bet Hamikdash fue destruido debido al derramamiento de sangre”. Esta historia muestra hasta qué punto la sociedad en época del Bet Hamikdash estaba plagada de violencia, que, según Sifrei, fue la razón de su destrucción.

            Sin embargo, puede haber una razón diferente por la que Sifrei consideró apropiado mencionar esta historia en este contexto. “Tosefta continúa: El rabino Tzadok se levantó luego en los escalones del vestíbulo del Santuario y dijo: Escuchen esto, hermanos míos de la casa de Israel. El versículo dice: “Si en la tierra que .A. tu Dios te da para que la tomes en posesión, se halla un muerto tendido en el campo, y se ignora quién lo mató, entonces tus ancianos y jueces irán, y medirán la distancia hasta las ciudades que están alrededor del muerto. Y sucederá que los ancianos de la ciudad más cercana al muerto tomarán una vaquilla que no haya sido aún sometida al trabajo y que no haya llevado yugo. Los ancianos de aquella ciudad llevarán la ternera abajo, a un arroyo permanente donde no se haya arado ni sembrado, y allí en el arroyo romperán la nuca a la ternera. “Después se acercarán los sacerdotes hijos de Leví, porque a ellos escogió .A. tu Dios para que le sirvan y para que bendigan en el nombre del Señor. Por el dicho de ellos se decidirá todo pleito o todo daño. Todos los ancianos de aquella ciudad más cercana al muerto lavarán sus manos sobre la vaquilla desnucada en el arroyo, y declararán diciendo: ‘Nuestras manos no han derramado esta sangre ni nuestros ojos lo han visto. .A., perdona a tu pueblo Israel al cual has redimido. No traigas culpa de sangre inocente en medio de tu pueblo Israel’. Así les será perdonada la culpa de sangre. De este modo eliminarás la culpa por la sangre inocente de en medio de ti, cuando hagas lo recto ante los ojos de .A.” (Devarim 21: 1-3).

Pero ¿qué hay de nosotros, en nuestra situación? ¿Sobre quién recae la obligación de traer la novilla y romperle el cuello? ¿La obligación cae sobre la ciudad, Jerusalén, para que sus Sabios lleven al becerro, o la obligación caiga sobre los patios del Templo, para que los sacerdotes la traigan? En ese momento la asamblea entera de la gente estalló en las lágrimas.

Tzadok se levantó en el Templo para condenar el incidente. Señaló el mandato de eglá arufá, que exige en una situación de asesinato sin resolver, cometido por un desconocido que no puede ser localizado, en el que la ciudad más cercana a la escena del crimen debía realizar un ritual especial, quebrar el cuello de una ternera, para reparar el asesinato.

El rabino Tzadok exclamó: “Meditemos para determinar quién es apropiado para traer ese ternero en la ciudad o en los patios [del Templo]!”

El rav Tzadok, planteó la cuestión hipotética de si un eglá arufá debería ser traído específicamente por los cohanim en el Bet Hamikdash, o en la ciudad de Jerusalén. (Esta pregunta es hipotética porque halájicamente hablando, la eglá arufá se debe traer únicamente cuando se desconoce la identidad del asesino.)

El significado de esta observación, como Rav Yehuda Leib Ginsburg explica en su Yalkut Yehuda (Parashat Masé), es que el sagrado dominio del Bet Hamikdash ya no puede considerarse santificado.

El rabino Tzadok insinuaba que debido al asesinato que acababa de ocurrir, el Templo había perdido su estatura como área sagrada y que se encontraba aparte del resto de la ciudad. Por culpa del asesinato del cohen, es sólo una parte regular de Jerusalén, y no un lugar especial de santidad. Si se hubiera demandado una eglá arufá, probablemente la ciudad de Jerusalén la hubiera requerido, porque, lamentablemente, el Templo ya no podía verse como una región especial y distinta.

            Esta historia, confirma la observación de Sifrei de que “el derramamiento de sangre contamina la tierra y elimina a la Shejiná”.

El lamento del rabino Tzadok capta la noción de que la presencia divina y la violencia no pueden coexistir.

Un Bet Hamikdash donde ocurren asesinatos no es un Bet Hamikdash.

            Por supuesto, esto es verdad no sólo respecto a un asesinato, sino de todo tipo de males sociales.

No podemos afirmar ser a nuestras vidas “sagradas” si tratamos a los demás con insensibilidad.

Si nuestros “Templos” – nuestras comunidades e instituciones – están plagados de deshonestidad, indecencia, descaro, impudicia, corrupción u hostilidad, entonces no pueden reclamar ningún tipo de estatura especial de santidad.

Kedushá sólo puede existir si se construye sobre una base de civilidad y comportamiento ético. Sin tal fundamento, el “Templo” se derrumba y se expone a la ruina.

Depende de nadie más que de nosotros, judíos simples, procurar elevar la santidad de nuestro espacio personal y público.

 

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