Un pueblo que ha de habitar solitario

Un pueblo que ha de habitar solitario

La lectura de la Torá de esta semana, nos ayuda a considerar los efectos de lo que a veces sucede en nuestra psique. Nos encontramos con Bilam, un profeta “de alquiler”, a quien Balac el rey de Moav, alista para maldecir a los israelitas. Bilam, sin embargo, es incapaz de cumplir con su comisión y relata: “De Aram me trajo Balac, rey de Moav, de los montes del oriente; ven, maldíceme a Yaakov, y ven, execra a Israel. ¿Por qué maldeciré yo a quién Dios no maldijo? ¿Y por qué he de execrar al que .A. no ha execrado? Porque de la cumbre de las peñas lo veré, y desde los collados lo miraré; he aquí un pueblo que ha de habitar solitario y que no ha de ser contado entre las naciones” (Bemidbar 23: 7-9).

Bilam resume la historia del pueblo judío hasta ese momento y en el futuro: “un pueblo que ha de habitar solitario y que no ha de ser contado entre las naciones”.

No pasaron muchos años desde que judíos consideraban que era indeseable ser vistos como judíos y así fueron perdiendo su identidad, incluso la mantenían en secreto, para poder conseguir altos puestos profesionales en universidades, hospitales y empresas que no aceptaban judíos o no les permitían progresar. Se afeitaron las barbas, se quitaron los sombreros, modificaron sus apellidos. Se avergonzaban del estereotipo que habían fijado para los judíos. Y no deseaban heredar ese malestar ni esa indeseabilidad. Ello sucedió no sólo en tiempos de persecución, sino también de malestar discriminatorio real o imaginario. Se sentían estar fuera de sintonía con la mayoría. Pudieron desterrar el desprecio de los demás, pero no consiguieron evitar las miradas despectivas y los comentarios denigrantes. La negatividad de los demás se fue grabando en ellos y se metamorfosearon al grado de hacerles dudar de ellos mismos y llevarlos al auto-odio que en nuestros días sufren intelectuales judíos bien trazados.

Nuestros comentaristas reflexionaron sobre el significado de las frases del profeta gentil. “Habitar apartado” de las otras naciones del mundo ¿es una bendición o una maldición? Rashí toma nota de la ambivalencia de esta bendición siguiendo una tradición midráshica, “Cuando ellos [los israelitas] están alegres, no hay nación que se alegre con ellos”, enseña, citando Devarim 32:12. ¿Cuál es la virtud de la alegría, si no hay nadie con quien compartirla? “Pero cuando las naciones experimentan la prosperidad, ellos comen con alegría junto a cada uno de ellos”, pero entre los pueblos no será contado.

Esta lectura es especialmente clamorosa a la luz de los acontecimientos que se describen al final de Parashat Jukat leída la semana pasada. Allí, los hijos de Israel, en su camino hacia la tierra prometida, solicitan permiso para pasar por los territorios de los pueblos vecinos, en primer lugar el de los edomitas y luego los amorreos. “Déjame pasar por tu tierra. No nos desviaremos por los campos ni por las viñas. Tampoco beberemos agua de los pozos. Iremos por el camino del Rey hasta que hayamos pasado por tu territorio” (Bemidbar 21:22). En ambos casos, la respuesta es un rotundo “No”. Los edomitas y los amorreos obligan a los israelitas a tomar el camino más largo. El camino difícil. Como los otros, no están dispuestos a ayudarles en su momento de necesidad, por lo que los israelitas irán solos. Y, sin embargo, nuestros comentaristas identifican también otra lectura de las palabras punzantes de Bilam, “Hay un pueblo que mora aparte, no contado entre las naciones”. Tal vez, el carácter distintivo y el aislamiento del pueblo judío es un sello distintivo de un pueblo que de acuerdo con Ramban, “pretende estar a la cabeza del mundo”.

¿Nos hemos quedado aparte porque somos las víctimas del desprecio, la persecución y la brutalidad o porque pretendemos ser mejores que todos los demás? De hecho, aquí nos encontramos con una tensión incrustada en nuestra parashá, en la historia de nuestro pueblo, y en la psicología humana. Muy a menudo, es sólo cuando enfrentamos el duro rostro de la oposición y la burla que aprendemos a celebrar nuestra singularidad.

Una manera de entender las interpretaciones de los comentaristas sobre el texto de Bilam es verlo como un intento de “llenar y desbordar” el “vacío abismal” dado por siglos de persecución convirtiéndolo, como sugiere Rashí, en una “celebración”. Imaginemos un futuro en el que “heredaremos el mundo”, ya que esa realidad parece todavía lejana en el presente. En ese momento recuperaremos el orgullo para contrarrestar el desprecio y el amor para contrarrestar el odio. Y serán días de alegría sin par.

 

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