Quien no se eleva con la luz, queda paralizado

Quien no se eleva con la luz, queda paralizado

 ”Entonces el Señor habló a Moshé, diciendo: Habla a Aarón y dile: “Cuando eleves los candiles, frente del candelabro, hacia él alumbrarán los siete candiles.” Y así lo hizo Aarón; frente al candelabro elevó las velas, como el Señor había ordenado a Moshé. Y esta era la hechura del candelabro: de oro labrado a martillo; desde su base hasta sus flores fue obra labrada a martillo; según el modelo que el Señor le mostró a Moshé, así hizo el candelabro”.

Un Midrash nos dice: “El Santo Bendito le dijo a Moshé, -no he pedido que enciendan las velas porque Yo las necesite, sino para ofrecerles el mérito (a los hijos de Israel, de servir a D-os)-”. El Servicio divino beneficia a quien lo lleva a cabo. El pedido que haría Moshé a su hermano Aarón de encender los candiles del candelabro de una manera específica, no fue dado para satisfacer una necesidad de iluminación. Tampoco la fabricación de la menorá servía para que mejore la visión en el recinto.  Es también el Midrash que nos cuenta que un ciego caminaba por la calle llevado de la mano por un amigo que veía, y que cuando llegaron a la casa, el vidente le dijo a su amigo ciego que encienda la luz. –Durante todo el camino, me apoyé en ti, y tú me condujiste y  evitaste que tropiece, y ¿ahora me pides que yo encienda la luz? – pregunta el ciego. Parece un pedido absurdo pero, con ese acto, casi inútil, el ciego contribuye en algo y no se siente improductivo. Pese a no poder percibir su senda si no es conducido de la mano, puede contribuir en algo a quien lo lleva. Uno, le dio los medios para caminar y no extraviar el camino, el otro, mueve el botón de la luz. El ser humano, el ciego de este relato, también enciende una luz. No que haga falta, pero, es lo menos que puede dar a cambio de la que recibe.Hay en esta acción del invidente, sorpresa por un pedido que parece absurdo, pero, ese quehacer le brinda un profundo placer. Puede dar lo que ni él necesita por su ceguera, ni la persona que tiene visión porque ve. No es un acto vano, sin embargo, es un acto de gran valor.Por ello, la Torá usa el término Beahalotja – cuando eleven – y no dice ‘cuando enciendan’ o ‘cuando prendan’, ni ‘cuando iluminen’. Debemos entender así, que ‘elevar la luz’ cumple con la misión de ser una devolución humilde por la iluminación que recibimos. Ner mitzvá vetorá or, -traduciríamos en este contexto, cumplimos con la mitzvá de encender las velas, para compensar la luz que recibimos de la Torá. En ese cumplimiento de la mitzvá quisiéramos que se cumpla el dicho, una luz está en nuestras manos – la de la Torá – y una vela en las Tuyas – la de nuestra alma-, si cumplimos custodiando una, la otra también será cuidada. Casi un mandamiento educativo. Dar, encendiendo luces, aún si no hay oscuridad. Es un acto único. Inolvidable. Placentero. Devuelve prácticamente, sin costo, la dulzura que recibimos como obsequio de evitarnos tropezar con los obstáculos del camino de la vida. La luz de la Torá es dulce. Si uno se educa en esa dulzura, el Conocimiento no lo abandonará. Por ello lo aprendido con placer no se borra jamás de la mente ni del corazón.

Elevar la luz, es un concepto que podemos equiparar a la frase del rabino Itzjak Hutner z”l que cuando arribó a la tierra de Israel, dijo –“no vengo a construir, he llegado a plantar”. Y sus alumnos no entendieron sus palabras hasta que él las explicó, diciendo, que lo construido queda en su lugar inmóvil, pero lo plantado crece. Como Adam, palabra que viene de la tierra, -adamá- esa parte de la naturaleza que no descansa jamás, que es el seno de la semilla que permite el crecimiento del fruto. Ese es el hombre y esa la mujer verdaderos, quien crece, crea y procrea, que se eleva como la luz de la lámpara. Que no se queda en su lugar.

Cuando en la haftará leeremos:   כֹּה-אָמַר ד’ צְבָאוֹת, אִם-בִּדְרָכַי תֵּלֵךְ וְאִם אֶת-מִשְׁמַרְתִּי תִשְׁמֹר, וְגַם-אַתָּה תָּדִין אֶת-בֵּיתִי, וְגַם תִּשְׁמֹר אֶת-חֲצֵרָי–וְנָתַתִּי לְךָ מַהְלְכִים, בֵּין הָעֹמְדִים הָאֵלֶּה.     Así dice el Señor de los ejércitos: “Si andas en mis caminos, y si guardas mis ordenanzas, también tú gobernarás mi casa; además tendrás a tu cargo mis atrios y te daré libre acceso entre éstos que están aquí”,nos presenta una síntesis de la Torá toda. Desde el movimiento del Lej Lejá, pasando por la resolución de las paradojas, el diálogo con la divinidad, la búsqueda del camino que se hace caminando en la Halajá.  Quien no se eleva con la luz, queda paralizado y en realidad retrocede. Peca. Quien estudia construyendo sin elevarse no llega a los secretos del conocimiento. No puede alimentar las raíces. Se queda sin savia. No tiene la libertad de la creación. Quien no se eleva, quien no toma el riesgo de levantar un pie y apoyarlo y luego levantar el otro, para caminar, no alcanza a guardar las esperanzas y no gobernará la Casa.

Cuando al final de la parashá Miriam se enferma y su hermano Moshé grita la fórmula maravillosa: E’l na, refá na la – Por favor Señor, cúrala, por favor- en una imploración de sólo cinco breves palabras salidas de su corazón, quizás se inspiró en la elevación de la luz, y elevó sus ojos al Cielo, para recibir sus favores. Y Miriam se curó porque por la elevación pudo volver a ser armónica con su ser y encontrar en el caminar, la solución a su pena. En su elevación, la expiación por su error. Pudo curarse por la oración de su hermano, que llegó al Trono divino, pero también porque supo elevarse y salir de su traspié. Eso nos enseña Beahalotjá, y ello se complementa con el relato de los tropiezos de nuestro pueblo relatados en la parashá y con el versículo citado de la haftará, de por sí hermosa, con un mensaje inolvidable en otros versículos citados allí. Si tenemos la voluntad de elevarnos, cumpliendo con amor los preceptos y si sabemos movernos marchando para no quedarnos estancados en nuestra espiritualidad, nuestra luz, volverá en devolución iluminando nuestros caminos y no tropezaremos. Porque será la luz de la Torá.

 

 

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