Promesas de Paz

Promesas de Paz

Si Ki Tetze es un triste augurio de guerra, una trágica visión de oscuros días para la  humanidad los cuales la maldad no habría de ser aún totalmente extirpada, Ki-Tabó es una promesa de paz, de días en los cuales el hombre vivió feliz "bajo su viñedo y su higuera", unido con sus hermanos y con su eterna madre, la tierra de los antepasados.

Y es así como ante nuestros ojos revive una pequeña ceremonia plena de significado y emotividad, HABAAT-BIKURIM: la entrega de las primicias que solemnemente se llevaba cada año al Templo de Jerusalem. Y ya vemos la procesión encaminándose a la ciudad sacra llevando consigo los primeros frutos de sus esfuerzos, más oigamos la descripción que de esta ceremonia hace la Mishna (Masejet Bikurim):

"Como se separaban las primicias?. Va el hombre a su campo y ve higos maduros, uvas maduras, granadas maduras, las marcará y consagrará: "Sean estos Bikurim".

"Como se traían las primicias a Jerusalem?. Todas las aldeas de la región reúnanse en la aldea principal, y dormían en las calles de la ciudad sin entrar a las casas. A la mañana, exclamaba el superior:

"Venid y subiremos a Sión, a la Casa del Señor nuestro Ds’”.

Encaminabas entonces la procesión. Ante ellos iba un toro, sus cuernos estaban cubiertos de oro y su cabeza adornada con una guirnalda de olivo, y dirigiendo a todos iban flautas (Jalil), hasta que llegaban cerca de Jerusalem. Cuando llegaban cerca de Jerusalem, ornamentaban sus primicias, y los altos dignatarios de Jerusalem salían a su encuentro. Los gobernantes, los intendentes, los artesanos y los trabajadores, todos se paraban ante ellos y saludaban y bendecían: "Hermanos nuestros bienvenidos seas". Las flautas los conducían hasta el monte del Templo y allí cada uno llevaba sus primicias sobre su hombro, y lo depositaba ante el altar. Aún el rey debe llevar sus primicias el mismo como todo judío, y todos luego de sus oraciones, se arrodillaban y salían".

Así nos describe la Mishnש la emotiva y significativa ceremonia de “Habaat-Bikurim”, la entrega de las primicias, y esta sencilla descripción tiene la virtud de transportarnos a través del tiempo y del espacio nuevamente a la tierra de nuestros antepasados y a los idílicos tiempos del Templo de Jerusalem. Cada una de estas sencillas ceremonias colma nuestra alma de emotivas impresiones, pues está compenetrada con lo más recóndito del pensamiento judío.

Cuál es el sentido de esta ceremonia?. Cuál es la significación de estos pequeños detalles? Un análisis detenido nos permitirá responder a estas dos preguntas, y nos llevará a la magnífica interpretación que le dio Harav Kuk Zijronó Librajá, el titán del pensamiento judío que unió su inconmensurable amor a la palabra divina, a la Torá, al amor a su pueblo y a su tierra, la Tierra de Israel.

En todos estos detalles vemos como motivo esencial, el amor a la Torá y a la tierra. El pueblo judío se establece en Eretz Israel y se dedica a su trabajo material, a sus necesidades físicas que transforman gradualmente la vida en una rutina sin sentido. Las cosechas se suceden, años pasan, pero en el corazón penetra cada vez más un sentimiento de angustia. La vida sin un porqué, un fin espiritual, un ideal carece totalmente de sentido, y no tiene razón de ser.

La lucha material por otra parte, pone en peligro los caracteres espirituales del ser humano, el hombre totalmente sumido en sus necesidades olvidará sus deberes espirituales, y olvidará al Señor de la Naturaleza.

En cierto modo tal es el sentido del Shabat que nos obliga a una interrupción en nuestras preocupaciones materiales, creando para nosotros otro mundo, pero la Torá con los Bikurim quiso introducir al espíritu dentro de la misma materia, es decir espiritualizar y elevar al hombre.

La cosecha, el trabajo agrícola está destinado a satisfacer la necesidad más vital del hombre, aplacar su hambre. Hay quienes en nombre del espiritualismo quieren negar la materia, hubo religiones y sectas que se complacían en atormentarse en ayunar, en negar y anular la materia.

La Torá por el contrario, como ya hemos hecho notar repetidas veces no aniquila la materia, sino la pone a disposición del espíritu, y es por ello que si el trabajo es la necesidad de la materia, eleva el trabajo al carácter de mandamiento divino. El descanso sabático es la elevación del alma, el trabajo la dignificación del cuerpo. Es por ello que la Torá eleva al trabajo al rango de apostolado, de misión sacra, y entre los trabajos, el trabajo de la tierra es para ella el primero, el primordial y el esencial. El agricultor cumple con una misión divina y es por ello los primeros frutos son sacros, son las primicias que debían ser llevadas al Templo de Jerusalem. La vida del menos importante, del más superfluo de los hombres tiene un sentido, un porqué, un ideal y una misión, y la del hombre que dedica sus esfuerzos a la tierra es la más sacra de las misiones.

Por otra parte, la consagración de las primicias significa el reconocimiento del orden divino en la naturaleza y de la existencia del ser de los seres, del ser Supremo, del Señor.

La naturaleza opera mecánicamente, las cosechas se suceden unas a otras, todo se halla sujeto a la ley de causalidad, a leyes físicas y ciegas. El agricultor que recoge su cosecha sólo recoge el fruto de leyes, de causas y efectos, de procesos materiales. Pero aquí aparece ante nosotros la Torá y su concepción del mundo. Existen leyes pero existe un legislador, si la mano se mueve un espíritu se impulsa y si las sequías y lluvias se hallan ordenadas por causas materiales, no por ello deja de haber un orden divino en la naturaleza, un orden moral. Y por ello, las primicias son consagradas. La cosecha se debe a procesos naturales, pero la raíz y la ordenación de estos procesos tiene su principio divino, hay ley y hay legislador. Y las primicias, los primeros frutos, el principio de las cosechas debe ser consagrado.

Llegamos pues así a la concepción del sentido de los Bikurim, la íntima unión, "hombre-Torá”. La Torá reconoce el sentido de la existencia del hombre, su ideal, fin, y porqué; y el hombre reconoce la ley, la Torá, la presencia en todos y en cada uno de los acaeceres de la Divinidad.

Encaminase ya la procesión a Jeruselem. Cada judío ha escogido las primicias de su campo, las ha consagrado, y se dirige con sus hermanos a Jerusalem. Ya hemos visto la procesión, más que significan estos extraños símbolos y procedimientos. Sigamos aquí pues la interpretación de Harav Kuk Zijronó Librajá.

Todo aquí nos muestra la magnitud y la significación del trabajo, especialmente del trabajo de la tierra. La civilización y el progreso material a pesar que en sí son procesos positivos, han traído consigo consecuencias no siempre loables. La vida en las ciudades tales como hoy en día es, se halla penetrada por la artificialidad, el egoísmo mucho más que la sencilla e idílica vida campestre. La verdadera causa de la prohibición de entrar a las casas, es motivada por la Tumá, pero esto simboliza también una protesta contra los gérmenes malignos que contaminan la civilización.

El progreso en sí es bueno, malo es la mecanización y la artificialidad en que sumen a la vida humana, en determinadas circunstancias.

Ante la procesión iba el Toro con sus cuernos cubiertos de oro y una corona de olivo sobre su cabeza.

El trabajo se halla simbolizado por el toro, el buey, factor preponderante en todas las faenas agrícolas. Si hay alguna meta; ésta sólo se alcanza por medio del trabajo productivo y es interesante ver que el símbolo del trabajo es ensalzado, justamente por el pueblo “parásito"       como muchos le llaman. Pero su parasitismo si es que ha existido ha sido justamente un efecto de las persecuciones de los acusadores. Los cuernos del toro estaban cubiertos de oro. El trabajo lleva al pueblo a la prosperidad, y solo una prosperidad basada sobre el trabajo será verdadera. El toro llevaba en su cabeza la rama del olivo. El olivo es el símbolo de la luz, es decir de la sabiduría y de la ciencia, es decir que la prosperidad no nos debe llevar solamente a un ficticio progreso material, sino a un verdadero avance espiritual, y todo ello unido al trabajo de las propias manos.

Vemos pues aquí unidos los diversos factores de la sociedad, y todos puestos a su servicio. El trabajo, la prosperidad, la ciencia deben estar todas sometidas al hombre, y solamente así conservan su sentido. Empero, por sobre todo tenemos el símbolo máximo: Adelante iban las flautas que mostraban el camino a Jerusalem.

Pueden el trabajo, la prosperidad social, la ciencia y sabiduría ser meritorias en sí, pero no cumplir enteramente con la misión que les ha sido encomendada.

Puede el hombre conocer la próxima estación, pero no la meta final, y puede quedarse en el camino creyendo haber llegado a destino. Todos los grandes atributos humanos no tienen ningún valor si no son dirigidos hacia Jerusalem, hacia el ideal supremo.

El trabajo se puede convertir en esclavitud, el dinero en opresión, en riquezas y pobreza la ciencia puede ponerse al servicio del mal y usar sus recursos para la destrucción y el aniquilamiento. La vida toda del hombre es una espada de dos filos, o quizás un bastón de dos extremos.

El deber del hombre es pues encaminar su vida con la vista puesta en un ideal supremo; Jerusalem, es decir la Torá, para decir con el portador de las primicias:

“Y ahora he traído las primicias de mi tierra que tú, Señor me has otorgado”. Y las dejarás ante el Señor tu Ds’ y te arrodillarás ante él....y te alegrarás con el bien que te he dado...." (Debarim XXVI 10,11).                    

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