No tuve la intención

No tuve la intención

Mijá y el joven Leví, y así también los hijos de Israel que pecaron con el becerro de oro, en definitiva lo que buscaban, era el acercamiento a Dios. ¿Pues entonces, cómo es posible que les haya salido tan mal?

Mijá, y también el joven Levita, servían a Dios, y de todos modos Mijá hizo “un ídolo y una imagen de fundición” (Capítulo 17, versículos 3-4), similar a lo citado en el episodio del becerro de oro en el libro Shemot (Capítulo 32, versículos 4, 8;  “Becerro de fundición”), y a continuación, también “Efod y talismanes” (Capítulo 18, versículos 14-20). Está claro que ellos consagraban para Dios, bendecían en nombre de Dios, y esperaban todo lo bueno de Dios (Capítulo 17, versículos 3-4, 13); también lo consultaban a Dios, y respondían en su nombre (Capítulo 18, versículos 5-6).

¿Cómo se puede comprender ello?

Las personas descriptas parecen totalmente íntegras, y no hacían nada que provocara enojo, y por consiguiente, es poco probable que a sus ojos el servicio a Dios sea realmente como el servicio a ídolos.

Desde el día en que vi con mis ojos una escultura de dioses fundidos sobre un toro (becerro, a modo de ejemplo, hay uno de esas características en el Hall de entrada del Museo de Tierras Bíblicas en Ierushalaim) comprendí cuánta razón tenía Rabí Iehudá HaLeví (Cuzarí, parte I, 97), quien sostuvo que la mayoría de los adoradores del becerro tuvieron la intención de servir a Dios, y así lo declaró allí Aharón  “¡Celebración ante Adonai, mañana!” (Shemot capítulo 32, versículo 5). Ya que el mismo becerro fundido era solo la base, y los hijos de Israel no colocaron un ídolo sobre él, sino que querían creer que el Dios invisible estaba sobre él y moraba sobre él, conforme a su voluntad y a su fe. Obviamente, los adoradores del becerro eran adoradores de la idolatría (al igual que aquel que piensa que en la Mezuzá mora alguna fuerza misteriosa, y no conoce el “Shemá Israel”), pero la mayor parte de los hijos de Israel  eran servidores de Dios incluso cuando veían en el becerro una especie de santuario, para el Dios invisible.

 

Si Mijá era uno de los íntegros servidores de Dios, es de suponer que también su ídolo era solo una base fundida. Sobre la cual, así creía, Dios se ubicaba o moraba.

No obstante, la Torá divina prohíbe eso enérgicamente, tal vez porque eso es algo tan límite, que es fácil equivocarse e inclinarse ante el mismo becerro-“Dioses de fundición no habrás de hacerte” (Shemot capítulo 34, versículo 17)

 

 Gentileza del sitio 929

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