Los hijos de Aharón quizás fallaron por otra causa

Los hijos de Aharón quizás fallaron por otra causa

Moshé dijo a Aharón: “Esto es lo que ha hablado el Eterno, diciendo: ‘Entre los allegados a mí sea yo santificado, y ante el rostro de todo el pueblo sea yo glorificado’”. Y Aharón guardó silencio. (Vaikrá 10:3)

La lectura de la Torá de esta semana en Israel  tiene como motivo central la muerte de Nadav y Avihu los dos hijos de Aharón. El relato aparece en otros tres lugares de la Torá, dejándonos muchas preguntas que los comentaristas en todas las épocas intentaron contestar buscando la relación entre la conducta de los hermanos y su muerte, entre las causas y las consecuencias, entre el pecado y el castigo, más allá de los que se infieren del texto. Y en la medida en la que ampliaron sus especulaciones y agregaron causas posibles, dejaron el enigma sin respuesta, como por lo general sucede con quienes intentan revelar lo inexplicable de la muerte. Comprender y descifrar la muerte, se convierte en elemento secundario que deja que la crítica de los sabios enseñe a los líderes que deben dejar los modelos de conducta que por lo general les acompañan.

El midrash presenta a Nadav y Avihu como a dos jóvenes deseosos de obtener poder, seres que se dejaron arrastrar por los pensamientos de sus corazones y por su vanidad y arrogancia. Al principio de su vida pública tan destacada, se preocuparon por desafiar el liderazgo. El orgullo y el engreimiento amenazaron con tomar el lugar de la humildad y la tolerancia y el diálogo que debían tener, fue desplazado por su individualismo.

Cuando la función pública se convierte en escena de los intereses personales, el proceso de degradación es inevitable. Cuando el escenario del culto religioso es arrebatado por el sacerdote de turno y depende de su respuesta emocional, pierde su centralidad e importancia. Cuando los personajes intentan el monopolio del servicio y desplazan la participación de los feligreses pensando que nadie más que ellos son los elegidos para el cumplimiento del ritual, las consecuencias no pueden ser otras que desastrosas. Cuando quien tiene que tomar decisiones no es capaz de consultar con otros, tropezará inevitablemente en sus propios errores. Si en el calor de la mística y el fanatismo las personas olvidan sus orígenes y de quienes le enseñaron lo que saben, se autoerigen en semidioses que deben desaparecer del escenario, así sean personas que sólo buscan el bien y son personas con buenas intenciones.

Aharón guardó silencio por la conducta de los jóvenes. Se sintió quizás culpable por no haber transmitido las virtudes del guía. Se quedó sin palabras por el duelo irreparable por la pérdida terrible. Su silencio es un grito que se oye hasta nuestros días.

 

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