Esto comeréis

Esto comeréis

La lección de esta semana está dedicada a la discusión de los preceptos relativos a los alimentos prohibidos, tratados en esta sidrá conjuntamente con los mandamientos relativos a las impurezas y a las purezas rituales. Comenzaremos con una cita de la obra "Vayikrá", de D. Hoffmann.

 Hay quienes consideran estos mandamientos como una manifesta­ción de la tendencia a separar, por principio, al pueblo judío de los demás pueblos. Al pueblo judío le fué impuesta una dieta particular a fin que las naciones perciban que se trata de un pueblo singular (Spencer, De legibus Hebraorum). O que el pueblo judío se sienta enaltecido como pueblo consagrado al Señor, y distinto a las demás naciones.

Veamos los versículos de Vayikrá 20, 24-26: ". . . Yo soy el Señor, vuestro Dios, que os he separado de los pueblos. Vosotros, pues, habéis de hacer distinción entre animales puros e inmundos, y entre ave inmunda y pura: y no hagáis abominables vuestras personas, ni con animal, ni con ave, ni con ninguna cosa que anda arrastrándose sobre el suelo, los cuales Yo he separado de vosotros como inmundos. Vosotros, por tanto, habéis de serMe santos, porque Yo, el Señor, soy santo, y os he separado de entre las naciones para que seáis Míos". Estos versículos indujeron al error de suponer que las prescripciones alimentarias tienen por único propósito el de servir de signo exterior de la separación del pueblo judío. Pero, estos versículos no encierran el menor indicio que el pueblo judío debe guardar los mandamientos de los alimentos pro­hibidos a fin de separarse de los pueblos. Por el contrario. está enunciado, que habiendo sido elegido el pueblo judío de entre los demás pueblos, tiene por lo tanto la obligación de observar los preceptos divinos, que nos enseñan a distinguir entre los animales puros e impuros, del mismo modo que está obligado a observar otros preceptos.

En Devarim 14, 2-4, leemos nuevamente: "Porque eres un pueblo santo al Señor, tu Dios; pues a tí te escogió el Señor para que Le seas un pueblo de predilección, más que todas las naciones que hay sobre la faz de la tierra. No comeréis ninguna cosa abomina­ble. Estos son los animales que podréis comer: ...".

Si estudiamos el papel que desempeñan los alimentos prohibi­dos en la Torá, notaremos que una prohibición de la misma ín­dole ya la encontramos en Bereshit donde la dieta de Adam y de Javá es limitada por orden divina. Esta orden es ilustrada por el Midrash Tadshé que trata este punto, Cap. 7:

¿Por qué le permitió el Santo, alabado sea, al hombre, que co­miera de todos los árboles del jardín, pero le prohibió que co­miera de uno de ellos? A fin que lo viera siempre y recordase así a su Creador y reconociese que debe llevar sobre sí el yugo de la obediencia a El, y que no fuera dominado por sus pasiones.

Vemos que la explicación del Midrash es diferente a la adju­dicada corrientemente a estas prohibiciones. El motivo y el pro­pósito de estos mandamientos no reside en cuestiones de gusto, calidad, o en las consecuencias de comer el fruto. El valor de la prohibición reside en la función educativa del autodominio im­plicado en el cumplimiento del precepto. El hombre se vuelve entonces consciente de la disciplina del Señor impuesta sobre él: "Y reconociese que debe llevar sobre sí el yugo de la obedien­cia a El."

¿No debemos inducir acaso de esta primera ley con respecto a todo el conjunto de leyes dietéticas de la Torá? El motivo de la disciplina diverge de las razones aducidas por Maimónides y otros pensadores judíos, que señalaron que todos los alimentos que la ley prohibió, son alimentos nocivos. R. Yitzjak Arama polemizó enérgicamente contra esta explicación de Maimónides. Escribió en su obra Akedat Yitzjak:

Guárdenos Dios de imaginarnos que los mandamientos relativos a los alimentos dependen de razones higiénicas. En caso de ser esto verdad, la Torá no sería más que un pequeño tratado de medi­cina en vez de ser la obra de Dios viviente. !Seria abyecto pensar así! Más aún, los efectos nocivos de dichos alimentos pueden ser contrarrestados de diversas maneras con condimentos y con pre­parados, tal como se anula el efecto nocivo de los venenos mor­tales, con los cuales se hacen todos los remedios. La prohibición perdería su razón de ser y las palabras de la Torá no tendrían valor eterno. Además hemos notado que los pueblos en medio de los que vivimos, que no guardan estas prescripciones y que comen carne porcina y todos los demás animales, aves y peces impuros, son sanos y gozan de buena salud. No hay entre ellos, por tal motivo, gente débil.

La razón es diferente. Los mandamientos alimentarios están motivados por razones de índole espiritual, a fin de guardar el alma sana y pura, y preservarla de contaminaciones y de mancharse con pasiones impuras, las cuales dañan al alma pensante, crean ante él vallas y cercos, como también malas predisposiciones y peores pasiones de las que surge el espíritu inmundo que impurifica los pensamientos e ideas ahuyentando el espíritu puro y santo.

El rey salmista se refirió a ésto cuando dijo: "¡Y no me quites Tu espíritu santo!" (Tehilim 51, 13), y "¡Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, y renueva un espíritu recto dentro de mi!" (Ibid. 12). Por tal motivo fueron denominados en la Torá los alimentos permitidos y prohibidos, con los términos puro e impuro, a fin de enseñarnos que el motivo de la prohibición reside en las pasio­nes malas e inmorales que el comer dichos alimentos provoca ... Quien se cuida, se alejará de ellos, del mismo modo que se guarda de lo que le es nocivo.

Arama opone, entonces, el motivo del perjuicio a la salud espiritual frente al motivo del perjuicio a la salud física. Pero, podemos proponer otra explicación si vemos el propósito del precepto en la función educativa que ejerce cuando se lo cum­ple. En el autodominio del hombre ante aquello, en lo que no se distingue el hombre de la bestia - en el alimento. No siéndole permitido ingerir lo primero que se coloca al alcance de su mano, y debiendo educarse desde su infancia a cumplir con todas las exigencias en el campo de la alimentación, cumplirá también con lo que pronunciamos dos veces diariamente:

Y que no vayáis tras la codicia de vuestros corazones y de vuestros ojos, en pos de los cuales soléis andar idolatrando. (Bamidbar 15, 39)

Gustaremos tan sólo de lo que nos está permitido. Del auto­dominio en este campo de primera necesidad - el alimento - pasaremos a controlarnos en todos los demás campos de la vida y gustaremos sólo de lo que nos está permitido. Así es como explica Shmuel David Luzzato estos mandamientos - aunque           él también incurre en el mismo error contra el cual escribió Hoffmann:

Cada judío debe mantenerse apartado con sus leyes y con su modo de vida, del resto de las naciones y debe cuidarse en no imitar sus actos, tratando siempre de identificarse con el Dios de sus an­tepasados: "Porque Yo soy el Señor, vuestro Dios y seréis santos, porque Yo soy santo" (Vayikrá 11, 44.) Pero, fuera de este mo­tivo, que varía con el tiempo y con el lugar (por ejemplo, si todo el mundo serviría a Dios verdadero y guardara leyes justas, no habría sido promulgado este capítulo), es de gran utilidad la nu­merosidad de las mitzvot y reglamentaciones en todos los tiempos y en todos los lugares para mejorar nuestra conducta moral en dos aspectos: 1) Los preceptos que guardamos nos recuerdan en cada instante a Dios que los promulgó. El tener presente al Señor y a Su providencia sirve como freno a nuestras pasiones e implanta en nosotros el temor a Dios, para que no incurramos en falta. 2) No hay otro método para vencer el instinto y dominarlo que el del hábito de abstenerse de los placeres y de sufro privaciones, según está escrito - (Eijá '3, 27): "Bueno es para el hombre acostumbrarse al yugo (de la vida) en su juventud". Epicteto, el estoico, dijo, que quien graba estas dos palabras en su corazón, no pecará: "Sustine et abstine- - soporta los males y abstente de los placeres. La numerosas mitzvot de nuestra Torá acostumbran al hombre a ejercitar el autodominio, a dominar su espíritu y a ser abstemio.

Recordemos que todas las explicaciones que se formulan para que comprendamos mejor los mandamientos de la Torá, ya sean razones de higiene, psicología o pedagogía, no son sino hipótesis de pensadores, comentaristas e investigadores, que quieren en­dulzarnos el yugo del cumplimiento de la mitzvá. También ten­gamos presente la siguiente pregunta: ¿No es acaso suficiente motivo el que haya emanado de la voluntad del Creador? Por último, recordemos que la Torá motivó los mandamientos rela­tivos a las prescripciones alimentarias - cuyo significado nos es desconocido, lo mismo que nos es desconocido el significado de muchos otros preceptos - con las palabras siguientes:

Vosotros, por tanto, habéis de ser Me santos porque Yo, el Señor, soy santo.     20,26

Todo intento de trasladar estas palabras a término de higiene, de psicología, de nacionalidad, o de moral, trastoca y niega su verdadero significado.

Tomado de:  “Reflexiones sobre la Parasha”, Prof. Nejama Leibowitz, publicado por el Departamento de Educación y Cultura Religiosa para la Diáspora de la  Organización Sionista Mundial, Jerusalén, 1986  págs.  140-143

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