Yaakov y la primer promesa de la Tora

Yaakov y la primer promesa de la Tora

TODO lo que un hombre – en particular un hombre que acaba de expatriarse y de abandonar su hogar – está ávido de oír, lo escuchó Yaakov en su sueño:

Y he aquí que Yo estoy contigo y te guardaré donde quiera que anduvieres y te haré volver a esta tierra; porque no te dejaré hasta tanto que haya cumplido lo que te he prometido.                                                                                          28, 15

    Cuando Yaakov despertó de su sueño por la mañana hizo un voto, el primero en ser mencionado en la Biblia:

Si tu estuviere Dios conmigo, y me guardare en este camino en que ando, y me diere pan para comer y ropa para vestir.                                                  28, 20

y si volviese en paz a la casa de mi padre, entonces el Señor será  para mí,  Dios;

           28, 21

y esta piedra que he alzado por un monumento conmemorativo será la casa de Dios,

y de todo lo que me dieres, sin falta la décima parte Te la daré.                   28,22

    Este voto plantea un cierto número de problemas. En primer lugar, el lector, sea quien fuere, no puede menos que asombrarse ante este lenguaje, primera reacción a la espléndida promesa divina. ¿Es ésta una reacción digna de nuestro antepasado? ¿Debió plantear condiciones a su fidelidad a Dios y al reconocimiento de Su soberanía? Abravanel expresa esta objeción con todo vigor:

¿Cómo es posible que Yaakov se condujera, al hacer este voto, como un servidor que trabaja por la paga? Dijo: “Si estuviere Dios conmigo, y me guardare … y me diere …” tal y cual cosa – entonces “será para mí Dios”. Es decir, que si el Señor no hará todo esto, ¿no será su Dios, ni le servirá? No era así como solía conducirse su abuelo Abraham que salió victorioso de las pruebas a las que fue sometido varias veces.

    Los comentaristas han respondido de diversas maneras a ésta crítica. He aquí la respuesta de los Sabios en Sifrí Devarim 6, 4:

“E Yaakov hizo voto”: ¿Puede uno imaginarse que nuestro antepasado Yaakov haya podido decir: “Si estuviere Dios conmigo, y me guardare … y me diere … y si volviese en paz …”, entonces será el Señor, Dios para mí? ¿Cómo interpretar la expresión: “Y será el Señor para mí, Dios”? Que Su nombre repose sobre mí, de manera que no haya ninguna tara entre mis descendientes, desde el comienzo hasta el fin.

    Rashí explica el vers. 21 de un modo similar, como también Rashbam:

                El Señor sera para mí, Dios: que me ha de asistir en todos mis actos.

    De acuerdo con esta interpretación la frase “El Señor será para mí, Dios” también forma parte de la condición y no debe ser comprendida en el voto de Yaakov, que consta de dos partes: la construcción de la casa de Dios y la ofrenda del diezmo.

    Subsiste una cuestión, sin embargo, que los enemigos del pueblo judío no dejan de aprovechar para burlarse: ¿Cómo puede Yaakov proponer a Dios un “negocio”? Hace votos a cambio de favores. Les responderemos: No hay aquí un intercambio con espíritu comercial ni tampoco un “toma y dame” condicional. Pues si Dios no lo hiciere retornar a la casa de su padre, ¿cómo podrá servir a Dios y construir un templo en ese lugar? El voto significa simplemente: “Dame las posibilidades para que pueda servirte a Tí”. Este es el modelo de los votos que se pronunciarán con el andar del tiempo, en los que no debemos ver un trueque comercial sino mas bien un ruego dirigido a Dios para que otorgue al hombre la posibilidad de ofrendarse a sí mismo, a su vida, a sus bienes, todo lo que posea. La oración de Jana es del mismo tipo; “E hizo un voto diciendo: …si Te dignares mirar la aflicción de Tu sierva, y te acordares de mí … y no Te olvidares de Tu sierva, sino que dieres a Tu sierva un hijo varón, yo le dedicaré al Señor …” (Shemuel I, 1, 11). El sentido es: Dame a fin que pueda darte.

    Mas el voto de Yaakov suscitó, además, otra cuestión: ¿Que significa: “Si estuviere conmigo Dios y me guardare”? ¿Que quiere decir esta condición después que le fue dicho explícitamente: “Y he aquí que estoy contigo y te guardaré”. Como si fuera Yaakov un hombre de poca fe y pusiera en duda el cumplimiento de la promesa divina? Veamos qué es lo que el Midrash responde:

Bereshit Rabá 70, 3:

Rabí Aibu y Rabí Yonatán discutían. Uno dijo: El orden del texto está alterado (es decir que no sigue el orden cronológico de los acontecimientos, pues primero Yaakov rezó y luego Dios le habló). El otro dijo: El texto está en orden (cronológico).

El que dijo que el orden era incorrecto, se expresó así porque se asombró de cómo fue posible para Yaakov decir: “Si estuviere Dios conmigo” habiéndole dicho Dios: “Estoy contigo”. ¿Cómo interpreta, el que dice que el orden está correcto, la expresión: “si estuviere Dios conmigo?” – ésta fue la intención de Yaakov: Si se cumplirán en mi las condiciones por las que Dios me dijo que estará conmigo y me guardará, entonces cumpliré mi voto.

    ¿Cual es la opinión del que dijo: “El texto está alterado?” De acuerdo con esta opinión, el voto no es una reacción a la promesa divina, por el contrario, Yaacov rezó y solicitó que lo guardare e hizo su voto, después de lo cual advino el sueño y las bendiciones como respuesta a su oración. Según este Midrash, el Todopoderoso se revela sólo después que el hombre se dirige a El, en el sentido de: “Cercano está el Señor a todos los que Le invocan, a los que Le invocan con verdad”. El motivo por el que este comentarista se vio en necesidad de afirmar que el orden había sido invertido, es evidentemente el de responder a la crítica que acusaba a Yaakov de poca fe en Dios.

    ¿Cómo respondió el segundo sabio del Midrash a esta objeción? Aparentemente subsiste la objeción: el si condicional en boca de Yaakov, que parece dudar de la promesa divina, continúa planteando dificultades. Mas es así como debe comprenderse este Midrash: “Si se cumplirán en mi las condiciones”, significa: “Si yo me mostraré digno de la promesa divina”. La promesa de protección al justo no es absoluta e incondicional sino que depende de la mantención de su conducta y del no desviarse hacia la senda del mal. El hombre justo no puede suponer que le ha sido garantizado un documento irrevocable para su comodidad y su protección, y que no debe temer más a su Señor, sino que puede actuar como le guste. Por el contrario, el hombre es juzgado en cada momento de su existencia, y en cada momento puede ser revocado su juicio. También esta idea es expresada en el Midrash  correspondiente a este versículo:

    Bereshit Rabá 76, 2:

Rabí Huna dijo en nombre de Rabí Ajá: Está escrito “He aquí que Yo estoy contigo” y está escrito: “Si estuviere Dios conmigo”. Podemos deducir de aquí que no hay promesa irrevocable para el Justo en este mundo.

    Rambán explicó esto así: “La razón de la condición – el término “si” – fue en previsión de si pecaría”. Resulta de estos comentarios que Yaakov no dudó - ¡¡líbrenos de tal pensamiento! – de la palabra de Dios ni era hombre de fe débil, sino que dudó de sí mismo después de cierto tiempo – y en especial después que hubiera habitado en un ambiente extraño, en casa de Laván – si aún sería merecedor de todos esos favores; y de sino se mancharía con el pecado. Yaakov no dudó de Dios ni de la veracidad de Sus palabras, sino de sí mismo y de su fortaleza para resistir las pruebas, dando muestras de la modestia y de la conciencia de la propia debilidad que caracteriza a los justos, cualidades que el Midrash alaba así:

    Bamidbar Rabá 19, 9:

A esto alude la siguiente sentencia de los Proverbios: “Dichoso el hombre que es siempre temeroso”. Esta es la senda de los justos. A pesar de que el Todopoderoso les promete, sin embargo, no dejan de temer. A propósito de Yaakov está escrito (Bereshit 32, 7): “Y Yaakov temió” ¿Porqué se atemorizó? (ya que Dios le prometió guardarlo). Pero él pensó: puede ser que haya incurrido en alguna falta mientras estuve en lo de Laván.

Tomado de: “Reflexiones sobre la Parasha”, Prof. Nejama Leibowitz, publicado por el Departamento de Educación y Cultura Religiosa para la Diáspora de la  Organización Sionista Mundial, Jerusalén, 1986  Pág. 43 - 46.

 

 

 

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