Y halló un hombre

Y halló un hombre

Comenzaremos en esta sección una narración, extensa y compleja que se extiende a lo largo de tres secciones – Vayéshev, Mikétz y Vayigash – relato maravilloso, donde a cada paso nos encontramos con una dualidad en la acción, una faz, - humana, la otra – divina. La actividad humana, impulsada por móviles naturales y la providencia divina, que guía a la primera, paso a paso, hacia la meta fijada por Dios. Aparentemente los hombres ordenan y son mandados; aparentemente, caminan de acuerdo con sus intereses, tropiezan, caen, se levantan, escalan las alturas para volver a caer y nuevamente a levantarse y subir; mas es evidente que el Eterno manda y guía, hace descender y vuelve a levantar al caído hacia la prominencia.

    Estudiaremos el relato que trata la misión que le encomendó Yaakov a Yosef y que comienza con los términos siguientes:

            Así lo envió desde el valle de Jevrón                                                             37, 14

y que termina con las palabras que Yosef dirigió a sus hermanos después que también ellos fueron enviados a Egipto:

            Así que ya no fuisteis vosotros quienes me enviasteis acá, sino Dios.         45, 8

    Este versículo es la clave para la comprensión de todo el relato. Contiene la ideas de las dos misiones; una, visible para todos: Yaakov envía a su hijo, a Yosef, desde el valle de Jevrón hacia Shejem para ver como están sus hermanos, y como se halla el ganado; la otra, oculta, hasta que Yosef  la devela en el versículo citado. Dios es quien envía a la simiente de Abraham a Egipto para morar como extranjeros en tierra lejana.

    Esta dualidad la señala el Midrash que Rashí cita en su comentario a las palabras que abren el relato:

¡¿Pero si Jevrón está en la montaña?! … No es, sino, por causa del consejo profundo del justo que reposa en Jevrón, a fin de realizar lo que le fue revelado a Abraham en su pacto con Dios (Bereshit 15, 13): “Tu descendencia será extranjera”.

    Rashí no ve en la constatación del punto de partida tan sólo un dato geográfico, sino mas bien la enunciación de una causa. Aquel que es la causa de todas las causas y que dirige los pasos del hombre, es quien hace saber a Yosef de su causa de acuerdo con aquel consejo profundo – el plan comunicado a Abraham – plan de profundas razones, difíciles de comprender. Esta misma idea de la dualidad de la acción – humana y visible, divina y velada a un mismo tiempo – también la percibe Rambán en el extraño encuentro entre Yosef y el “hombre”, narrado inmediatamente después del comienzo de la misión de Yosef:

 

Así lo envió desde el valle de Jevrón y él fue a Shejem.                                   37, 14

Y andando él errante por el campo, hallóle un hombre; y le preguntó aquel hombre diciendo: “¿Qué estás buscando?”                                                    37, 15

Y contestó: “A mis hermanos estoy buscando, ruegote me digas donde están apacentando”.                                                                                                 37, 16

Y dijo el hombre: “Se han ido de aquí, porque les oí decir: “Vamos a Dothan”. Yosef, pues, fue tras sus hermanos y los halló en Dothan.                                   37, 17

    Esta pequeña conversación está situada entre dos mundos: Entre el mundo apacible y guardado de la casa de su padre amante y solícito, y el mundo de la fraternidad derrumbada, lleno de sufrimientos después del encuentro con sus hermanos. Los comentaristas expresan su asombro ante este breve diálogo. Tratan de comprenderlo y de determinar su importancia. No es habitual en la Torá la multiplicación de detalles a fin de adjudicar un tinte realista a un relato ni es común poner en escena a un personaje accesorio a fin de lograr ese realismo. Es por esto, que los Sabios del Midrash Rabá no vieron en este “hombre” misterioso – aparecido súbitamente, no sabe uno de donde, que abre la conversación sin que se le pida, y que lo sabe todo – un simple viandante encontrado al azar, sino un ángel. Rambán interpreta el Midrash de la manera siguiente:

Las escrituras se han extendido en este asunto para enseñarnos que el decreto divino es verdad y que la ingeniosidad humana es mentira. Pues este guía fue títere inconsciente en manos de Dios, quien lo proveyó en el momento oportuno para hacer caer a Yosef en manos de sus hermanos. Esta es la idea que nuestros maestros tenían en mente cuando dijeron que estos hombres (el de éste y de otros relatos en las Escrituras) eran ángeles, pues el relato no fue insertado en vano sino para enseñarnos que “el propósito de Dios es el que se cumplirá”.

    Rambán opina que la intención de nuestros Sabios al decir “ángel” fue que se encontró con un viandante, pero no con un ser sobrehumano que lo guió en su camino y cumplió así, sin saberlo, con una misión encomendada por Dios. El guía pensó que al indicar el camino a Yosef lo enviaba a sus hermanos, mas no sabía que su acto conduciría al pueblo de Israel al exilio en Egipto, y luego al éxodo, y finalmente al gran acto del Monte Sinaí. “El relato no fue insertado en vano, sino para enseñarnos que: “El propósito del Señor es el que se cumplirá” (Mishlé 19, 21).

    Lo que expresaron nuestros Sabios – y en pos de ellos Rashí – de una manera pintoresca: “el ángel Gabriel”, fue traducido por Rambán a términos conceptuales; una misión que es llevada a cabo por su realizador sin tener conciencia de ello.

    Yaakov no sabe hacia donde envía a su hijo: Yosef, que busca a sus hermanos, no sabe hacia donde en realidad lo conducen sus pasos: el “hombre” que le indica el camino no sabe hacia donde lo orienta. Tampoco sus hermanos comprenden la acción que ellos realizan, en toda su trascendencia. Mas hay algo de lo cual Yosef está seguro: que no está solo en este mundo, sin padre ni madre, ni hermanos ni amigos. Dios está con él.

    Examinaremos el texto con atención. ¿Cuales son las palabras de Yosef a partir del momento en que deja a su padre, hasta el encuentro con sus hermanos en Dothán? A lo largo de este relato veremos que durante la estadía con sus hermanos, en su encierro en el pozo, en el momento en que es vendido y también después, el texto no menciona ninguna palabra de Yosef. Como si hubiera enmudecido. Lo mismo ocurre durante su viaje a Egipto, durante su venta a Potífar y durante su desempeño en la casa de su amo y durante su ascensión de grado en grado (Cáp. 39). Está como enmudecido. No abre su boca. Yosef  “es de bella figura y de hermoso semblante” (Ibíd. 39, 6) y cuanto su amo poseía lo puso a su cargo hasta el punto de desentenderse por absoluto de la administración de su casa; pero, seguimos sin escucharlo.

    Sólo cuando llega el momento de la gran prueba, al luchar contra sus instintos – después que le explicó a su ama los argumentos apropiados de manera que los comprendiese – termina sus palabras diciendo:

            “Como, pues, he de hacer esta gran maldad, y pecar contra Dios”.                 39,9

    Lo volvemos a escuchar una vez más, estando ya en prisión; habiendo la Providencia enviado ya a los emisarios que habrían de sacarlo de allí. les habla así:

            ¡Sólo de Dios son las interpretaciones! Ruégoos me lo contéis.                      40, 8

    Yosef, esclavo hebreo en tierra ajena, porta en alto la bandera de su fe. En el Egipto idólatra, no se descorazona en presencia de los grandes, ni de los cortesanos ni siquiera del mismo Faraón.

Tomado de: “Reflexiones sobre la Parasha”, Prof. Nejama Leibowitz, publicado por el Departamento de Educación y Cultura Religiosa para la Diáspora de la  Organización Sionista Mundial, Jerusalén, 1986  págs. 52 – 55.

 

 

 

Volver al capítulo