Akedat Itzjak - Emuná

Akedat Itzjak - Emuná

La Parashá Vaiera nos enfrenta con Abraham el profeta, el padre del judaísmo y de la Torá. La personalidad de Abraham ha sido poco escrutada y analizada, y a pesar de los distintos comentarios y exégesis que se han tejido a su alrededor, siempre encontraremos en su personalidad matices insospechados que pasaron inadvertidos por los estudiosos. La causa esencial de esto es que Abraham se ha convertido en un símbolo, en el símbolo del pueblo judío entero.

Lo más trascendental que podemos notar en la vida de Abraham es que, toda su existencia es un continuo superarse. Podríamos creer que Abraham por efectos de una revelación divina llega instantáneamente a la altura espiritual que poseyó, y que al ver en el mundo un Ser Supremo, reconoció inmediatamente la verdad Universal. Sin embargo nos equivocaríamos. La senda de Abraham ha sido la de una continua elevación, elevación que culmina con la Akedat Itzjak, el sacrificio de Itzjak. El Talmud nos relata que Abraham comienza su epopeya destrozando los ídolos de su padre Teraj. Más aún nos muestra como Abraham llegó a la concepción del Monoteísmo. Observa los astros celestes, observa sus movimientos y sus acaeceres, estudia la naturaleza toda y de ella llega a la creencia en Ds'. Es imposible concebir al mero azar como creador del Universo y aún así convertiríamos este mismo azar en la Divinidad.

Abraham se eleva pues de los “sentidos" a la "razón”, de la "materia" al "espíritu". Existen seres sobre cuya existencia superior los sentidos no pueden decirnos nada, por la sencilla razón que su esencia es superior a ellos. Solo el alma se puede elevar hacia ellos.

Para el ciego los colores carecen absolutamente de sentido, y en cierta manera son inexistentes, al igual como con nuestros sentidos no podemos tener percepción alguna de la electricidad. Esta elevación fue la primera Revolución de Abraham, y ella fue el motivo y el móvil de su lucha en Ur Casdim y de las persecuciones de que fue objeto. Los distintos sucesos de su vida en Eretz Israel son los que lo condujeron a su segunda elevación, su elevación por encima de la "razón" y del “entendimiento humano". Existen en el Universo factores sobre los cuales nuestra experiencia y nuestro entendimiento son estériles, existen acaeceres que muestran un Supremo Hacedor, una ley eterna de Bondad, pero de Inflexible Justicia. Y estas dos superaciones, por encima de los sentidos y aún de lo que parece “lógico" y "razonable”, la intención de la existencia de un mundo superior es la base de los principios de la Torá y la Visión Judía del Universo.

Abraham es pues el símbolo de la Elevación y la Superación, y nos muestra no solo el camino del pueblo Judío, sino de todo el Universo entero.

En Akedat Itzjak, el sacrificio de Itzjak, nos muestra en cierta manera los principios enunciados, y por sobre todo la Emuná, la fe suprema en el Señor. El Judaísmo lucha incansablemente contra la ceremonia pagana de los “sacrificios humanos”. La promesa a Abraham se basaba en la continuidad histórica, “En Itzjak continuará tu simiente” le ha sido prometido y el hijo de su ancianidad es la milagrosa realización de la promesa divina. Y he aquí que la Divinidad ordena a Abraham sacrificar a su propio hijo!

Vemos aquí personificada la lucha entre la naturaleza del hombre que se rebela contra lo incomprensible y la que le muestra el camino de la fé en lo incognoscible, en aquello superior a nosotros mismos.

 Y triunfó la Emuná, la Fe.

Es interesante detenerse sobre estos pensamientos. Cuando Iaakov debe elegir mujer vemos como Rivka se dirige a Itzjak pidiéndole que mande a Iaakov a Aram-Naaraim, pues las hijas de Canaán no la satisfacían de ningún modo. De la misma manera Abraham manda a Eliezer a su antiguo hogar en Jarán para que busque allí una mujer para Itzjak. La causa es muy sencilla. Una temible costumbre existía en Canaán que los individualizaba aún de los paganos de Aram-Naaraim. Laban padre de Raquel y hermano de Rivka podía ser pagano, pero una costumbre les era totalmente desconocida: la de los sacrificios humanos, mientras que en Canaán una de las bases del culto idólatra era la de los sacrificios de los hijos, entre ellos el tristemente famoso Moloch.

Los sacrificios humanos estaban en la antigüedad mundialmente extendidos. En Méjico era costumbre azteca, y en Grecia la practicaban los antiguos helenos. Unos inmolaban a los primogénitos, otros a los enemigos. La Torá luchó con toda su fuerza contra éstas prácticas. Los antiguos acostumbraban a sacrificar a sus primogénitos. Los romanos tenían un total arbitrio sobre sus hijos, hasta el punto de disponer a su antojo de sus vidas. La Torá niega totalmente el derecho de una persona de disponer de la vida del otro. Solo el Bet-Din, el juzgado, tiene el poder de disponer de la vida y hacienda de los hombres y todo según la ley.

En principio pues el “sacrificio humano” carecía de sentido según la Torá, pues nadie puede disponer de la persona humana, ni siquiera de la propia. Pero la Torá nos dice aún más, lo que ella exige de nosotros no es el sacrificio material, sino el espiritual y la pureza de nuestros corazones deben sobreponerse a la de nuestros presentes.

Y el sacrificio de Itzjak paradójicamente nos muestra estos principios.

“Y aconteció después de estas cosas, y probó el Señor a Abraham...... y dijo:

“Toma ahora tu hijo, tu único, a quien amas, a Itzjak, y vete a la tierra de Moriá y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. (XXII, 1-2).

 

Esta es la orden del Señor que Abraham ejecuta. Pero cuando Abraham se dispone a ultimar a Itzjak aparece ante él la visión divina que le dice:

“No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada, que ya conozco que temes al Señor puesto que no me rehusaste tu hijo, tu único” (12).

La Torá se opone a la idea de los sacrificios humanos y la misma Akedat Itzjak nos muestra esta oposición: “No extiendas tu mano sobre el muchacho" es una indicación a las generaciones futuras contra toda especie de sacrificio humano. La Agada y la Kábala nos representan en el mundo espiritual a Gabriel sacrificando en un altar celestial almas de los justos. Con esto está expresada la idea de que el verdadero sacrificio, es el del espíritu.

En el relato de la Akeda, en la orden divina y en cumplimiento por Abraham, vemos detalles  interesantes y sintomáticos. La orden divina se nos aparece despaciosamente: Toma tu hijo, tu único, a quien amas, a Itzjak. Vemos aquí una minuciosidad especial. Más aún el lugar no le es aún especificado, y un camino de tres días lo separa de la meta, la tierra de Moriá.

Rashi deteniéndose sobre esto expresa:

"למה איחר מלהראותו מיד? כדי שלא יאמרו: הממו וערבבו פתאום וטרף דעתו, ואלו היה לו שהות להמלך אל לבו, לא היה עושה" (כ"ב ד)

"Para que no se diga-le confundió”, prontamente y se perdió la razón. Si hubiese tenido posibilidad de discernir y analizarlo no lo hubiese hecho".

En efecto he aquí el primer principio de la Akeda, la plena y total responsabilidad. Las palabras del Señor no aparecen ante él súbitamente, no le confunden ni le abruman y a pesar de las preguntas que ante él se aparecen se encamina a la meta, al lugar del sacrificio.

Y nosotros no podemos imaginar los problemas y las preguntas que atormentarían el alma del anciano patriarca en aquellos instantes. Diez pruebas (Asara Nisionot) pasó Abraham, y el sacrificio de su hijo fue la Superior y la final, pero nunca lo comprenderemos, si no tomamos en cuenta la promesa divina de que Itzjak iba a ser el padre del pueblo elegido; pero Abraham sobrepasó esta última prueba también y llegó a la máxima perfección, a la máxima altura moral y espiritual. Podemos notar en la descripción de la Torá:

“Y Abraham se levantó muy de mañana y ensilló su asno y tomó consigo dos mozos suyos y a Isaac su hijo y cortó leña para el holocausto y levantóse y fue al lugar que Ds' le dijo".

Abraham mismo realiza todos los trabajos necesarios, y estos trabajos están minuciosamente descriptos por la Torá. Rashi nos dice:

“באהבה מקלקלת השורה"

“El amor anula los honores”. Abraham el potentado no utiliza sin embargo a sus siervos para estos actos, sino les realiza el mismo". La conciencia del mandamiento divino lo lleva a realizarlos a pesar de ser para él el preludio de la más dolorosa de las exigencias. Según el Midrash el "asno de Abraham" es también el asno de Moshé y del Mesías. El autor del Sefer Akedat Itzjak, explica este Midrash diciendo que al acto de ensillar el asno, realizado por el propio Abraham, simboliza el dominio sobre la materia, y este es también el sentido de la vida de Moshé y de la llegada del Mesías. Todo aquí nos muestra pues la victoria interna de Abraham.

 

Y realmente el problema de Abraham representa una cuestión universal. Como ya lo hemos hecho notar en el problema de lo incomprensible. La orden dada a Abraham nos recuerda a la primera “vete de tu tierra, tu patria y la casa de tus padres….”. Abraham que allí debió abandonar a sus padres, debe aquí despedirse de su hijo. Cómo es esto posible?.

 

Este problema es también el que encierra el libro de Job el justo, sobre el cual caen repentinas desventuras. Ni Abraham, ni Job saben que se hallan ante una prueba que la Providencia Divina les depara. El hombre sólo puede observar con sus humanos ojos de carne el devenir de los sucesos, los acaeceres y los acontecimientos, pero él no puede ver aquello Superior que se esconde y oculta bajo los materiales mantos. Podríamos nosotros verbigracia ver, como alguien lo ha hecho notar, a un antiguo guerrero lavando su carro de las manchas de sangre, y en esa misma agua observar a las rameras bañándose y a los perros bebiendo. No vemos quizá en ello nada trascendental, pero ello ocurrió al cumplirse la profecía sobre Ajab el tiránico rey de Israel cuya perversa sangre por designio divino iba a simbolizar el destino de todo mal.

En la unión de los pequeños actos de por sí incoherentes y faltos de sentido, en la Unidad de la Creación y de la Providencia, existe una fuerza Superior que dirige la historia humana por sus sendas. Quizás queden cosas incomprensibles, más como pretenderá el raciocinio humano, cual gota de mar, abarcar la infinitud y la inmensidad de los insondables e inescrutables misterios. 

Solo al fin, con la apreciación divina le fue dado a entender a Abraham lo que realmente le ha sucedido, la magnitud de su sacrificio y la Ley Suprema. “Los actos de los padres son señal para  los hijos, la historia del pueblo judío todo quizás también contenga secretos y misterios que la mente humana no alcance a descifrar, pero que tienen como última finalidad el bien:

“Y yo me acordaré de mi pacto con Iaakov y asimismo de mi pacto con Isaac, y también de mi pacto con Abraham me acordaré"

Levítico (XXVI 42)

“Y volverán los hijos a su heredad y los redimiré".

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